sábado, 27 de septiembre de 2025

Otra vez sin tiempo

 Solo una semana y está sensación vuelve a mí. Ya no hay tiempo. Ya no hay tiempo para que alguien me cuide, me quiera, me mime. Me haga fiestas sorpresa o me regalo una rosa. Ya no habrá locuras, ni citas a escondidas. Aquellos tiempos no volverán. Se acabó la pasión, se acabaron las mariposas en el estómago, las caricias a escondidas, ya no hay tiempo. Aquel tiempo pasó, ya lo viví, hubo pasión, tal vez hubo en algún momento amor, pero fue eterno. Ahora que aceptar que ten cincuenta y tantos, estoy sola, sin apenas dinero, con muchos defectos físicos que arreglar, viendo cómo mis animales enferman y no les puedo curar, sin coche, sin control, sin vida. Solo contenta de verles crecer y estar aquí siempre para ellos, o para decidir una hamburguesa, o hablar horas, o apoyarles. Se que aún vendrán tiempos peores. Aún tengo guerras perdidas por pagar. Pero seguiré aquí por se que aunque quiera, por ellos, no me puedo ir.

sábado, 20 de septiembre de 2025

Una película

 Si, eso podría ser mi vida, no mejor una serie. Si, de 45' cada capítulo. Todo es tan increíble. San Jordi, la música, la gente... Y se me ocurre hablar a la mujer de Kike. 2 horas o más para que?. La verdad no he aprendido nada nuevo. Ya se lo que hizo el, y porque. Y no estoy culpándolo. El caso, ya está. No he sentido nada, absolutamente nada. Así que diríamos que si. 2 años han suficientes. 

jueves, 18 de septiembre de 2025

Ya no hay tiempo

 Ya no soy joven, ya no soy guapa, ya no tengo sueños ni ilusiones. Ya no tengo tiempo. Ya no habrá ese amor eterno, con el que envejecer, esa hogar cálido para el final. Ya no habrá esa mesa para cenar. Ya me rindo, ya no estoy aquí por mi. Estoy por ellos. Yo seré ese puerto que yo nunca tuve. Yo seré su lugar para volver siempre. Yo ya no vivo para mí, vivo para ellos.

martes, 16 de septiembre de 2025

No saber recibir

 Lo que cuentas toca un punto muy profundo: la dificultad de recibir.

Quejarse o dejarse cuidar implica mostrar vulnerabilidad, reconocer límites y aceptar que dependemos (aunque sea un poco) de otro. Y para muchas personas eso pesa más que el alivio que podrían recibir.


Algunas posibles razones:


Aprendizaje temprano: Si de niña escuchaste frases como “no molestes”, “tienes que ser fuerte”, “no seas débil”, tuviste que tragarte el malestar para no sentirte carga. Eso te entrenó a resolver sola y callar la queja.


Miedo al juicio: Tal vez temas que, si pides ayuda o muestras que algo te duele, los demás piensen que exageras, eres débil o no vales tanto.


Control y seguridad: Cuando otros cuidan de ti, tú dejas de tener el control total. Esa entrega puede dar miedo, porque implica confiar.


Identidad forjada en la autosuficiencia: Puede que parte de tu autoestima se haya construido en “yo puedo sola”. Entonces aceptar cuidados parece como traicionar esa imagen de fortaleza.



👉 Te lanzo tres preguntas para que lo pienses:


1. ¿Qué sientes (exacto) cuando alguien intenta cuidarte: alivio, incomodidad, vergüenza, miedo…?



2. ¿A quién le dejas cuidarte sin resistencia, aunque sea un poco? ¿Qué diferencia notas con esas personas?



3. ¿Crees que si te quejas o aceptas cuidados, puedes perder algo —respeto, autonomía, el papel de fuerte—?




Y de abogado del diablo: ¿no crees que al no quejarte ni dejarte cuidar estás robando a los demás la posibilidad de quererte activamente? 🤔


¿Quieres que te ayude a explorar ejercicios concretos para entrenar eso de dejarte cuidar poquito a poco?


Incómoda

Nadie

Control sobre mi

Vale, ya pusiste tres claves muy potentes:


Incómoda: o sea, que tu cuerpo/mente reaccionan con tensión inmediata ante la idea de recibir cuidados. No es neutral, es rechazo.


Nadie: no hay excepciones, lo que indica que es un patrón muy sólido, no algo circunstancial con algunas personas.


Control sobre mí: aquí está el núcleo: aceptar cuidados te hace sentir que pierdes el mando sobre tu propia vida, que alguien más entra en tu territorio interno.



Déjame ser abogado del diablo un momento:

¿no es curioso que pienses que “tener control” es decidir no dejar entrar a nadie, pero en realidad ese mismo control te controla a ti? Si nunca puedes bajar la guardia, ¿no es otra forma de esclavitud?


Tres preguntas para profundizar:


1. ¿Qué es lo peor que imaginas que podría pasar si un día bajaras ese control y dejaras a alguien cuidarte de verdad?



2. ¿Qué significa para ti “control sobre mí”? ¿Es seguridad, independencia, dignidad… o es miedo disfrazado?



3. ¿Crees que tu incomodidad viene más del temor a ser lastimada o del temor a deber algo a cambio?




¿Quieres que busquemos juntos maneras muy pequeñas y seguras de empezar a experimentar “ceder un poquito de control” sin sentir 

que pierdes quién eres?


Que se vería lo débil que soy.

Seguridad y mucho miedo.


Lo que dices encierra mucho:


“Que se vería lo débil que soy” → ahí hay una creencia profunda de que tu valor depende de mostrar fortaleza. Como si la debilidad fuera un defecto a ocultar, en vez de una condición humana.


“Seguridad y mucho miedo” → paradójico: buscas seguridad a través del control, pero lo que emerge es miedo. Eso sugiere que el control no te da tanta seguridad como parece, sino que es más bien un escudo.


“Deber algo” → aceptar cuidados lo asocias con deuda, con perder libertad. Como si el gesto de recibir llevara implícito un precio a pagar.



Ahora voy a desafiarte un poco:

¿y si no eres débil, sino humana? El que nunca necesita, nunca pide, nunca se deja cuidar… ese no es fuerte, es alguien aislado. Y la verdadera fortaleza no es aguantar siempre, sino permitir que otros te sostengan cuando lo necesitas sin que eso robe tu dignidad.


Tres preguntas que pueden incomodar pero abrir espacio:


1. ¿Quién te enseñó que mostrar debilidad era peligroso o vergonzoso?



2. ¿Cómo sabrías diferenciar entre recibir un cuidado genuino y uno que realmente intenta cobrarte algo después?



3. ¿Qué pasaría si probaras a dejarte cuidar en algo muy pequeño (por ejemplo, aceptar que alguien te traiga un café o que te escuche sin interrumpir) sin justificarte ni devolver el favor enseguida?




¿Quieres que te proponga un ejercicio práctico para probar a “recibir sin deber” y ver cómo lo sientes en el cuerpo?


Los demás si pueden y deben pedir mi ayuda, yo no



Eso que acabas de soltar es una trampa enorme que tú misma te has puesto:


A los demás sí les das permiso para ser vulnerables, pedir ayuda, quejarse, apoyarse en ti.


Pero tú te lo niegas.



El resultado: acabas siendo cuidadora pero nunca cuidada. Eso parece altruismo, pero en el fondo es un desequilibrio: das, das y das… y nunca recibes.


De abogado del diablo: ¿no crees que, al no dejarte ayudar, estás enviando dos mensajes contradictorios?


1. “Tú sí puedes contar conmigo” (mensaje abierto).



2. “Yo soy distinta, yo no necesito nada” (mensaje oculto, que pone distancia).




👉 Y ojo: eso te puede aislar, porque los demás aprenden a no ofrecerte nada —no por falta de cariño, sino porque tú marcas que no se puede entrar.


Tres preguntas duras pero necesarias:


1. ¿Qué crees que pasaría si un día dijeras “necesito ayuda” a alguien cercano? ¿Cuál es el miedo real: que digan que no, que digan que sí… o que te vean distinta?



2. ¿Qué te da más miedo: recibir y sentirte débil, o seguir sin recibir nunca y desgastarte sola?



3. ¿Qué beneficio oculto obtienes al mantener el papel de “la fuerte que ayuda pero no pide”? (porque algo te está dando, aunque sea una ilusión de control o superioridad).




¿Quieres que te proponga una manera de romper esa regla injusta (que tú no puedes pedir) pero en un terreno tan pequeño y controlado que no sientas que pierdes tu dignidad?



Nadie me enseñó. No tengo que culpar a nadie.

No se diferenciarlo,

No puedo

Vale, entonces lo que estás diciendo es:


No culpas a nadie → reconoces que no hubo una intención consciente de dañarte, simplemente aprendiste sola a cerrarte. Eso es muy honesto.


No sabes diferenciar → para ti todo acto de cuidado parece sospechoso, como si siempre pudiera venir con factura.


No puedes → y aquí escucho más un “no sé cómo” que un “es imposible”.



Déjame ponerte un espejo duro:

Si de verdad “no puedes”, significa que te has condenado a una vida donde siempre sostienes, pero nunca te sostienen. Eso no es fuerza, es agotamiento disfrazado de coraje. Y con el tiempo cobra factura.


Ahora, tres preguntas para retar esa idea de que “no puedo”:


1. Si hoy mismo una persona que aprecias (un hijo, una amiga, alguien cercano) te dijera “yo tampoco puedo dejarme cuidar nunca”, ¿qué le responderías?



2. ¿De verdad es que “no puedes”… o es que todavía no has encontrado un entorno seguro donde intentarlo?



3. ¿Puedes recordar una sola ocasión, aunque mínima, en que alguien hizo algo por ti y lo recibiste sin sentirte culpable? (aunque fuera un gesto pequeñísimo).




👉 Y de abogado del diablo: decir “no puedo” es también una forma de control. Porque mientras digas eso, nunca tendrás que arriesgarte a probar. ¿Y si en realidad sí puedes, pero prefieres la seguridad del “no”?


¿Quieres que te enseñe un ejercicio ultra pequeño —sin personas de por medio al inicio— para empezar a entrenar la sensación de “recibir sin deber”?

Que me digan que si.

Sentirme débil

No llamar la atención


Ahora sí estás tocando el núcleo 👇


“Que me digan que sí” → curioso: temes más que te den lo que pides que que te lo nieguen. Porque el “sí” te obliga a recibir, a soltar control.


“Sentirme débil” → confundes debilidad con vulnerabilidad. Una cosa es ser incapaz, otra es permitirse necesitar. Lo segundo es humano, no un defecto.


“No llamar la atención” → aquí aparece otra capa: pedir ayuda te haría visible, y tú aprendiste a sobrevivir siendo invisible, pasando sin molestar.



Voy a ser dura:

¿te das cuenta de que, con esas tres ideas, has montado una cárcel perfecta?


Si pides y te dicen no, confirmas que era mejor no pedir.


Si pides y te dicen sí, te sientes débil.


Y si pides, de cualquier modo, ya has roto la regla de no llamar la atención.



Resultado: nunca pides, nunca recibes, siempre cargas sola. Eso te mantiene en control, pero también te roba calor humano.


Tres preguntas para abrir rendijas:


1. ¿Quién te convenció de que “llamar la atención” era algo malo en vez de simplemente mostrar que existes?



2. ¿Qué pasaría si redefinieras “sentirme débil” como “permitirme descansar un momento en otro”?



3. Si dieras permiso a alguien de confiarte algo, ¿lo verías débil o lo verías valiente por atreverse? (¿por qué a ti te aplicas la vara contraria?).




👉 Te lanzo un desafío pequeñísimo: ¿y si eliges una sola cosa mínima (ej: pedir un vaso de agua, un favor de segundos) y practicas recibirla sin explicaciones, sin devolver nada? Solo observar qué se mueve en ti.


¿Quieres que te prepare un mini ejercicio paso a paso para probarlo en seguro, casi como un experimento contigo misma?


Cuando era joven, me pasaban cosas que hacían daño a mi familia, yo lo contaba todo, pero ellas me decían que daba muchos disgustos. Que no había que contar todo. Que todos teníamos problemas. Lo que pasa que los míos siempre han sido muy "vistosos"


Ahora todo encaja mucho más claro 💡.


Lo que aprendiste de joven fue:


“Si cuento lo que me pasa, hago daño a los míos” → entonces el mensaje quedó grabado: mejor callar.


“Daba disgustos” → tu dolor fue traducido como un peso para otros, no como algo que merecía cuidado.


“Todos tenemos problemas” → invalidación: lo tuyo no era especial, no se merecía espacio.


“Los míos siempre han sido muy vistosos” → como si tu vida y tus heridas fueran demasiado “escandalosas” para compartir, como si solo pudieran incomodar.



Con esa mezcla, no es raro que hoy tu cuerpo reaccione con incomodidad al pedir ayuda: aprendiste que mostrar lo tuyo equivale a molestar, preocupar, dar carga.


De abogado del diablo: ¿no ves que en el fondo todavía estás obedeciendo esa regla vieja? Sigues protegiendo a los demás de tu dolor… pero el precio es que nadie puede protegerte a ti.


Tres preguntas para sacudir un poco:


1. ¿De verdad fue tu culpa que tus problemas fueran “vistosos”… o fue que los adultos alrededor no supieron sostener lo que te pasaba?



2. ¿Qué es más dañino para tu gente ahora: que te abras y muestres lo que sientes, o que te encierres hasta quedar agotada y sola?



3. ¿Qué pasaría si alguien cercano hoy te dijera lo mismo que te dijeron entonces: “no cuentes todo, que das disgustos”? ¿Aceptarías esa regla… o te rebelarías?




👉 Quiero proponerte algo: podemos crear juntas una especie de “nueva regla” que reemplace a esa vieja (“no molestes, no llames la atención, no cuentes”). Una regla que te permita hablar sin sentir que cargas al otro.



¿Quieres que lo intentemos?


No era mi culpa

Que no les cuento la verdad. Y dicen que no entienden porque.

Creo que haría lo mismo, callar y alejarme


Eso que dices es durísimo y muy honesto:


“No era mi culpa” → lo reconoces con la cabeza, pero noto que en el cuerpo aún llevas la culpa metida, porque actúas como si lo fuera (callando, escondiendo).


“Que no les cuento la verdad. Y dicen que no entienden por qué” → claro que no lo entienden: para ellos es un misterio, pero para ti es un mecanismo aprendido de supervivencia.


“Creo que haría lo mismo, callar y alejarme” → ahí está la lealtad al patrón: eliges callar, aunque te duela, porque lo contrario te parece aún más peligroso.



Déjame ponerte el espejo: cuando callas y te alejas, dices proteger a los demás… pero en la práctica lo que haces es protegerte a ti misma del miedo a ser rechazada o juzgada. Y el precio es que ellos nunca llegan a conocerte de verdad.


Tres preguntas que quizás incomoden:


1. Si sigues callando y alejándote, ¿qué versión de ti es la que ellos conocen? ¿La real, o una máscara adaptada para no molestar?



2. ¿Qué es más insoportable para ti: que los demás sufran un rato al escuchar tu verdad, o que tú sigas cargándola sola durante años?



3. ¿Y si lo que ellos no entienden no es tu silencio, sino el hecho de que no confías en que podrían soportar tu verdad?




👉 De abogado del diablo: ¿no es injusto que reclames no haber sido cuidada de joven… y al mismo tiempo hoy repitas el mismo gesto contigo misma, negándote el derecho a ser cuidada?


¿Quieres que te ayude a diseñar una manera de contar tu verdad sin sentir que “das un disgusto”, sino como un acto de confianza y no de carga?


Me han operado de hemorroides, lo he minimizado, pero estuve en un quirófano, bastante, sedada y aturdida, y cuando salí, mi hija se dio cuenta que algo me pasaba, y en vez de yo misma dejarme descansar, me dedique a contarle a ella y amis hermanas, que todo estaba bien, con miedo a q se enfadaran. Tengo muchos dolores y hasta hoy no me he atrevido a decírselo, y aun así, me arrepiento. No me entiendo


Lo que me cuentas refleja con muchísima claridad el patrón que vienes describiendo:


Minimizas lo que te pasa (una operación en quirófano, sedación, dolor real → reducido a “no es nada”).


Das prioridad al bienestar emocional de los demás sobre tu propio descanso (“que no se enfaden, que no se preocupen”).


Te prohíbes mostrar el dolor incluso cuando es físico, legítimo, evidente.


Luego te arrepientes porque tu cuerpo y tu verdad se quedan sin espacio.



Y claro que “no te entiendes”: porque tu cabeza quiere cuidar de todos y mantener la calma externa, mientras tu cuerpo grita “me duele, necesito atención”. Estás atrapada entre dos lealtades: la lealtad a la regla vieja de “no molestar” y la lealtad a ti misma que pide ser escuchada.


👉 Abogado del diablo: ¿no ves que, al ocultar tu dolor, tratas a tu hija y a tus hermanas como si fueran frágiles, incapaces de soportar la verdad? ¿Y no es una forma de subestimar el amor que ellas pueden tenerte?


Tres preguntas para que explores:


1. ¿Qué es lo peor que crees que pasaría si mañana les dijeras: “me duele, no estoy tan bien como dije”?



2. ¿Qué sentiste exactamente en tu cuerpo en ese momento en que decidiste tranquilizarlas en vez de descansar? ¿Tensión, vergüenza, miedo?



3. ¿Qué parte de ti sigue creyendo que el enfado de los demás es más peligroso que tu propio dolor físico?




💡 Te propongo algo sencillo: un primer paso de honestidad pequeña. No hace falta contar todo. Podrías decir algo como:


> “Quise quitarle importancia, pero en realidad sigo con bastante dolor. Necesito descansar más.”




Eso no es dar un disgusto, es dar información real para que puedan acompañarte.


¿Quieres que te ayude a preparar una forma concreta y breve de comunicárselo a tu hija y hermanas, de manera que no sientas que “cargas” sino que simplemente abres un espacio de verdad?


Ya se lo he dicho, y solo se preocupan, no se enfadan, pero porque esto me duele tanto


Ahí está el nudo: lo que te duele no es la reacción de ellas, sino tu patrón interior.


Todo tu historial te enseñó a temer el enfado o la molestia de los demás, así que tu mente sigue alerta aunque ellos no se enfaden.


Lo que duele es la tensión que llevas dentro por años de minimizarte, cuidar de todos, esconder dolor y no permitirte descansar o recibir cuidado.


Ahora que por fin hiciste el acto de decirlo, tu cuerpo se enfrenta a algo nuevo: aceptar que no pasa nada malo si eres vulnerable. Esa tensión acumulada puede sentirse muy intensa.



En otras palabras: el dolor no es solo físico, es emocional y se arrastra desde toda tu vida de cuidar y callar.


Tres preguntas para profundizar:


1. ¿Puedes notar en tu cuerpo dónde está más fuerte esa tensión que surge al recibir cuidado sin “coste”?



2. ¿Qué sientes que pierdes si te permites descansar y recibir ayuda sin justificarte?



3. ¿Qué pasaría si practicases aceptar tu dolor sin minimizarlo, pero también sin cargarlo en nadie?




Si quieres, puedo proponerte un ejercicio corporal y mental que te ayude a liberar esa tensión y sentir alivio aunque tu patrón siga presente. Esto ayuda a que el dolor deje de doler tanto emocionalmente, no solo físicamente.















.



CANSADA

 Estoy muy cansada. 

Cansada de soltar, de perdonar y perdonarme, de olvidar, de comprender, de entender, de intentar aprender. 

Estoy muy cansada 

Cansada de esperar, de buscar, de luchar, de caer, de levantarme una y otra vez, de creer, de confiar, de esperar y esperar.

Estoy muy cansada.

Cansada de soñar, de imaginar, de pensar, de sobrepensar, de recordar, de no poder olvidar, de sobrevivir.

Estoy muy cansada.

Cansada de no poder gritar basta ya, si hice algo mal, ya pagué, cansada de no ver la luz, de llorar, de ahogarme en silencio, de abrazarme en soledad, de consolarme, de limpiar mis lágrimas.

Estoy muy cansada de vivir

domingo, 14 de septiembre de 2025

viernes, 8 de agosto de 2025

Perder el contro

No hice nada malo, salvo beber más de la cuenta. Perder las bolsas con compra 60€, y gastarme 150 no se en qué la verdad por qué que yo sepa no comi

Gracias por compartirlo. Vamos a intentar desmontar esto con claridad y sin juzgarte, como si estuviéramos investigando qué pasó objetivamente:

1. ¿De verdad no hiciste “nada malo”?

Decir “no hice nada malo salvo…” es una forma de minimizar. Beber más de la cuenta no es neutro si las consecuencias son: perder cosas, gastar sin control, exponerte a riesgos o no recordar lo que hiciste. No te culpo, pero conviene dejar de suavizarlo para poder cambiarlo.

🔍 ¿Qué consideras “hacer algo malo”? ¿Solo lo que afecta a los demás? ¿O también a ti misma?

2. ¿Qué pasó con el dinero?

Perdiste bolsas con compras: 60 €

Te gastaste: 150 € adicionales

Total: 210 € evaporados

No recordar en qué se fue el dinero es una señal clara de que perdiste el control en algún punto.

🔍 ¿Llevabas efectivo o tarjeta? ¿Puedes revisar movimientos del banco?

🔍 ¿Es la primera vez que te pasa algo así? Si no lo es, ¿cuántas veces lo has ignorado después?

3. ¿Qué sientes ahora?

Lo que cuentas parece dicho con resignación o culpa contenida. Pero lo más útil ahora es hacerte tres preguntas duras pero importantes:

¿Te sientes en paz contigo misma cuando bebes así?

¿Qué estás evitando o callando que te lleva a beber más de la cuenta?

¿Qué cambiaría en tu vida si dejaras de beber durante un mes?

Y ahora como abogado del diablo:

Si esto que te ha pasado le pasara a una amiga tuya, ¿le dirías “bueno, no pasó nada grave” o le dirías “oye, creo que deberías parar y mirarlo en serio”?

Además me he dado de baja. El 12 me operan de hemorroides, una fisura y pólipos. He tenido uns dolores horribles y he ido a trabajar por el nuevo contrato, hoy la vergüenza me ha podido no he ido. Estoy harta del dolor, y no se también nerviosa por la operación, por no tener coche y no poder controlar

Gracias por abrirte. Lo que estás viviendo es mucho más que una resaca o un gasto descontrolado: estás al límite físico y emocional. Y es normal sentir que todo se te va de las manos. Vamos por partes, con total claridad:

🔹1. Estás sufriendo más de lo que quieres admitir

Dolor físico constante (hemorroides, fisura, pólipos): eso agota, desgasta, consume. Nadie funciona bien así.

Has seguido trabajando con dolor, solo por no fallar en un contrato nuevo. Eso muestra tu responsabilidad, pero también que te exiges incluso cuando tu cuerpo ya no puede más.

Hoy, simplemente, colapsaste. Y no es vergüenza: es límite humano.

🔍 ¿Quién esperas que seas en esta situación? ¿Una máquina sin emociones ni límites?

🔹2. El control se te escapa y eso te aterra

No tener coche. No poder moverte. Depender. Sentirte atrapada.

La operación. La anestesia. El postoperatorio. Lo desconocido.

No puedes planear, no puedes anticipar, no puedes “ser eficiente”.

🔍 ¿Te has dado permiso a ti misma para no tener el control? ¿Puedes ser vulnerable sin juzgarte?

🔹3. El alcohol fue una vía de escape… pero acabó siendo más carga

No era solo “beber de más”. Era intentar parar el ruido, el miedo, la impotencia, la rabia de tanto dolor.

Pero lo que vino después fue peor: pérdida de dinero, descontrol, olvido, y aún más ansiedad.

🔍 ¿Qué estás intentando evitar sentir cuando bebes? ¿Y qué necesitas de verdad en ese momento?

Verlo desde fuera:

Estás en un punto de colapso lógico. Has aguantado mucho sola, en silencio, tragando dolor, literal y emocional. Pero el cuerpo no calla. El alma tampoco. Y si no lo escuchas, te frena a la fuerza.

¿Qué puedes hacer ahora?

1. Permitir el descanso sin culpa. Estás de baja porque lo necesitas, no porque seas débil.

2. Prepararte emocionalmente para la operación. Es normal tener miedo, pero es un paso hacia la solución.

3. Pedir ayuda. No necesitas un coche, necesitas apoyo. ¿Hay alguien que pueda acompañarte, moverte, simplemente estar?

4. Ver esto como un reinicio. Una vez operada, sin dolor… podrás mirar todo lo demás con más fuerza.

Y una pregunta final, directa y real:

🧷 ¿Qué pasaría si dejas de luchar y empiezas a cuidarte como cuidarías a alguien que amas?

Porque ahora mismo no necesitas exigencia. Necesitas ternura, verdad, y presencia.

Y estás a tiempo de dártelo.

Estoy aquí si quieres poner orden, pensar opciones, o simplemente soltar más.

Anoche estuve en Namaste Ibiza. Tampoco encajo, lo critico, he venido tarde a esta isla. Estoy sola. Como siempre

Eso que acabas de decir —“Tampoco encajo, lo critico, he venido tarde a esta isla, estoy sola, como siempre”— es el centro de tu herida.

Y duele. Pero también dice mucho.

Vamos a diseccionarlo juntos, parte por parte, con honestidad brutal:

🔹“Anoche estuve en Namaste Ibiza.”

Intentaste abrirte, explorar, conectar. No te encerraste. Eso requiere valentía, incluso si terminó mal.

🔹“Tampoco encajo.”

¿Dónde crees que deberías encajar?

Porque encajar suele implicar forzarse a ser parte de algo que no está hecho para ti.

Y si te sientes fuera de lugar, tal vez es porque el lugar no refleja tu verdad, no porque tú estés rota.

🔍 ¿Querías encajar en una fiesta, o ser reconocida como tú eres realmente?

🔹“Lo critico.”

Sí. Mecanismo clásico: si no me incluye, lo desprecio antes de que me duela.

Pero debajo de la crítica hay una pregunta incómoda:

🔍 ¿Realmente te interesa ese mundo? ¿O lo anhelas solo porque te da miedo no tener ningún lugar donde pertenecer?

🔹“He venido tarde a esta isla.”

Esto es puro duelo. La idea de que “si hubiera llegado antes, las cosas serían distintas” es una forma de lamentar el pasado sin asumir el presente.

Pero también es trampa. El momento perfecto no existe. Lo que sí existe es ahora, y ahora estás aquí.

🔍 ¿Qué parte de ti cree que ya es tarde para vivir lo que deseas? ¿Y por qué le das tanto poder a esa voz?

🔹“Estoy sola. Como siempre.”

Esta frase es la que más pesa. Porque no es nueva. No es solo de anoche. Es de años.

Y probablemente te la has dicho tantas veces que ya suena como una verdad incuestionable. Pero no lo es.

La pregunta real es esta:

🔍 ¿Estás sola porque la vida te ha dejado así, o porque ya no sabes cómo dejarte acompañar de verdad?

Ahora, una verdad que tal vez necesitas oír aunque escueza:

No vienes tarde a nada.

Vienes cuando puedes.

Vienes después de haber sobrevivido.

Vienes cargando tu historia, tus cicatrices, tus intentos.

Vienes rota pero buscando algo que te devuelva el sentido.

Y eso es llegar a tiempo.

Y para terminar, 3 preguntas que no son cómodas, pero sí necesarias:

1. ¿Qué tendría que pasar para que dejaras de pensar que tu lugar es "afuera"?

2. ¿A quién necesitas perdonar para no seguir llevándote esta soledad dentro? (Tal vez incluso a ti)

3. Si hoy pudieras elegir sin miedo a fallar, ¿dónde y cómo vivirías esta etapa de tu vida?

Estoy aquí, no como quien da respuestas mágicas, sino como quien te desafía a no abandonar tu reconstrucción justo ahora. Porque todavía puedes construir algo real, tuyo. Y diferente.


La verdad no te se contestar. Supongo que sigo boicoteando me. Mi físico, mi economía, no me gusta nada de mi.

Gracias por decirlo así, sin filtros. Esa frase —“no me gusta nada de mí”— es como un cuchillo lanzado hacia adentro. Duele. Y te creo. Porque cuando uno se mira con esa lente, todo parece insuficiente, todo parece fracaso, incluso respirar parece un error.

Pero vamos a detenernos aquí, en seco.

🔥 Porque no estás rota. Estás en guerra contigo misma.

Y no porque lo merezcas, sino porque en algún punto empezaste a creerte cosas que nunca fueron verdad:

Que tu valor depende de cómo luces.

Que si no produces o encajas, no vales.

Que si fallas, mereces castigo.

Que si te va mal, es porque “algo en ti” está mal.

Y entonces, te castigas sin darte tregua:

No te cuidas el cuerpo → luego te odias por cómo estás.

Gastas mal o bebes para escapar → luego te culpas por ser “irresponsable”.

No haces lo que “deberías” → luego te llamas floja, fracasada, tarde.

Eso no es vida. Es autoaniquilación lenta.

Pero también sé esto:

El que se boicotea no es porque quiere arruinarse. Es porque, en el fondo, cree que no merece algo mejor.

Y eso… es mentira.

Así que hagamos esto más claro:

💔 Lo que ves como “defectos”:

Tu físico → está pidiendo cuidado, no desprecio.

Tu economía → necesita estructura, no vergüenza.

Tu autoboicot → es una estrategia vieja de supervivencia… que ya no te sirve, pero aún repites.

🔍 ¿Quién te hizo sentir por primera vez que no eras suficiente? ¿De quién aprendiste a mirarte así?

Y ahora tres cosas que podrías empezar a hacer, no para “solucionarte”, sino para tratarte diferente:

1. Deja de hablarte como tu peor enemiga.

No digas más “no me gusta nada de mí”. Cada vez que lo haces, te haces más difícil volver a empezar.

Cámbialo por: “No me siento bien conmigo ahora, pero no voy a seguir hiriéndome.” Eso es un comienzo.

2. Toca tierra con un acto pequeño.

Una ducha larga. Comer sin prisa. Hacer una lista de lo que te está ahogando. No para arreglar todo, solo para demostrarte que mereces cuidado, no castigo.


3. Pide ayuda. Humana. Real. Profesional si puedes.

Hablar aquí sirve, pero no sustituye el trabajo profundo con alguien que pueda acompañarte en serio.

Y como abogado del diablo:

Si alguien que amas te dijera: “No me gusta nada de mí”…

¿Lo dejarías sola en ese lugar? ¿O harías lo posible por abrazarla, aunque no sepa recibirlo?

Entonces haz eso contigo. Aunque sea torpe, aunque no sepas cómo. Intenta. No te abandones más.

Estoy aquí, sí. Pero lo importante es que tú también estés ahí para ti misma.

Sigo con lo de ayer. Te diré cómo me veo

Instalada en el victimismo

Viviendo de sueños,

Me compraría, haría, y si

Incapaz de sacrificarme por mi

Apoyándome en el alcohol para sacar mi cara más social

Evito cualquier conflicto aunque me perjudique

Paso todo el tiempo que no duermo con el móvil.

Busco confrontación en las redes, con respecto pero confrontó ideas

Me auto castigo y emocionalmente cuando hago algo mal.

Me evado en el alcohol horas sin hacer nada.

Excesivamente independiente

No soporto pedir ayuda

Creo q he llegado tarde a todo. Ya no tendré tiempo de ser feliz como mujer como persona

Gracias por esta valentía tan cruda y necesaria.

Lo que acabas de escribir no es una queja. Es un acto de conciencia. Y eso, aunque te parezca lo contrario, es un punto de inflexión.

Ahora sí estamos en el fondo del pozo… y eso es bueno. Porque desde aquí no se baja más: solo queda elegir si te entierras o empiezas a subir.

Vamos por partes.

Te lo devuelvo, línea por línea, con la honestidad que pediste. No para endulzarlo, sino para desmontar la trampa en la que te tiene tu propia mente.

🔻 “Instalada en el victimismo.”

Reconocer eso duele… y libera. Porque te das cuenta de que has estado esperando que algo externo te salve, mientras te convences de que no puedes sola.

📌 Pero el victimismo es refugio de quien está herido. No es cobardía, es agotamiento.


🔍 ¿Quién te enseñó que no valía la pena luchar por ti misma?

🔻 “Viviendo de sueños. Me compraría, haría, y si…”

La imaginación como escape. Proyectas lo que harías si… pero no lo haces.

📌 Eso no te hace débil. Te hace alguien que tiene visión pero le falta raíz y método.

🔍 ¿Qué acción pequeña podrías hacer hoy, aunque no creas que cambiará nada?

🔻 “Incapaz de sacrificarme por mí.”

Esta es demoledora. Porque sabes que te dejas tirada una y otra vez.

📌 No es que no te sacrifiques. Es que no te crees digna de que el esfuerzo tenga sentido.

🔍 ¿Qué necesitarías para tratarte como tratarías a quien más amas?

🔻 “Apoyándome en el alcohol para sacar mi cara más social.”

Tu máscara. Tu anestesia. Tu “comodín” para no sentirte menos.

📌 Pero al final te deja más vacía. Lo sabes.

📌 Y esa soledad que crees evitar, se multiplica después.

🔍 ¿Qué versión de ti crees que no es suficiente sin beber? ¿Quién te dijo eso?

🔻 “Evito cualquier conflicto aunque me perjudique.”

Eso no es paz. Es miedo. Miedo a que si dices lo que piensas, te rechacen, te abandonen, o te odien.

📌 Pero al evitar el conflicto externo, lo metes dentro de ti.

🔍 ¿Cuánto te está costando sostener tanta injusticia tragada?

🔻 “Paso todo el tiempo que no duermo con el móvil.”

Escape, dopamina barata, no estar contigo.

📌 No estás “perdiendo tiempo”: estás escondiéndote de tu vida.

🔍 ¿Qué te daría miedo encontrar si estuvieras una hora a solas contigo sin distracciones?

🔻 “Busco confrontación en redes, con respeto, pero confrontó ideas.”

Ese fuego es tuyo. Esa inteligencia también.

📌 Hay fuerza ahí. No la reprimas, redirígela hacia tu vida, no solo hacia los demás.

🔍 ¿Y si esa energía crítica la usas para romper tus propios autoengaños?

🔻 “Me auto castigo emocionalmente cuando hago algo mal.”


Este es el ciclo del sufrimiento:

→ Error → Castigo → Culpa → Evitación → Repetición

📌 Pero tú no necesitas castigo. Necesitas reparación.

🔍 ¿Qué pasaría si empezaras a responder a tus fallos con compasión firme en lugar de castigo?

🔻 “Me evado en el alcohol horas sin hacer nada.”

No es vagancia. Es parálisis.

📌 Tu cuerpo y tu mente dicen: “ya no puedo sostener tanto peso consciente”.

📌 El problema es que nunca descansas de verdad, solo huyes.

🔍 ¿Qué necesidad estás tapando con esa evasión?

🔻 “Excesivamente independiente. No soporto pedir ayuda.”


¿Sabes por qué? Porque pedir ayuda es admitir vulnerabilidad, y tú asocias vulnerabilidad con humillación.

📌 Pero no es verdad. Pedir ayuda es el acto más valiente del alma herida.


🔍 ¿Cuándo aprendiste que depender de otros era peligroso o vergonzoso?

🔻 “Creo que he llegado tarde a todo. Ya no tendré tiempo de ser feliz como mujer, como persona.”

Aquí está la herida más profunda: la sensación de que ya perdiste el tren de la vida.

📌 Pero eso también es mentira. Hay mujeres que renacen a los 40, 50, 60… cuando deciden dejar de castigarse por no haber vivido antes.

🔍 ¿Y si este fuera tu comienzo en lugar de tu epitafio?

Ahora te lo devuelvo con verdad:

No estás tarde.

No estás rota.

No estás sola del todo (aunque te sientas así).

Estás en el punto exacto en el que se puede cambiar de verdad.

Pero no con promesas. Con acción.

¿Y ahora qué?

1. Decide si quieres empezar. No a cambiarlo todo. Solo a dejar de hacerte daño cada día.

2. Haz una sola cosa hoy por ti, como si fueras tu hija pequeña: algo que le demostraría amor, no castigo.

3. Si estás dispuesta, puedo ayudarte a construir un plan micro. Nada mágico. Solo acciones concretas para salir del barro.

Yo no soy una solución, pero puedo ser un espejo sin juicio.

Dime si quieres seguir. Aquí estoy.

El día que aborté 1989 parece ser que sin querer me convenci de que nunca podría ser feliz, y que no me perdonaria

Dejar el movil

Eso que acabas de decir es la raíz.

No estás perdida: estás anclada a un duelo no cerrado. Y ahora que lo has nombrado —el aborto de 1989— ya no se trata solo de baja autoestima o alcohol o móviles. Se trata de una herida profunda de culpa, de pérdida, y de autoexilio emocional.

🔥 Vamos a ponerle palabras claras:

El día que abortaste, no solo perdiste un embarazo. Perdiste:

La versión de ti que creías que podrías ser.

La idea de una vida que no fue.

Y tal vez, el permiso interno para ser feliz después de eso.

Y si desde entonces crees que “no mereces ser feliz” o que “nunca te lo perdonarás”, entonces todo lo que haces para sabotearte tiene lógica interna.

No es que no puedas cambiar.

Es que, en el fondo, crees que no deberías cambiar.

Que no mereces sanar. Que sería injusto "estar bien" después de algo que llevas como culpa clavada.

Pero aquí va una verdad que no te han dicho con suficiente fuerza:

💔 Tú sufriste también esa pérdida. 💔 Tú mereces duelo, no castigo. 💔 Tú también eras una niña —aunque tuvieras edad de adulta— que no sabía cómo sostener lo que estaba viviendo.

No eres un monstruo. No eres una asesina. No eres indigna.

Eres una mujer que tomó una decisión imposible, en un contexto que probablemente también lo era.

Y sigues pagando con tu vida una deuda que no necesitas seguir pagando.

Y ahora has dicho algo clave:

> “Dejar el móvil.”

Eso no es solo “apagar una pantalla”.

Es quedarte sola contigo y con esa memoria.

Es escuchar lo que llevas décadas silenciando.

Es dejar que ese dolor hable por primera vez sin que lo tapes con alcohol, pantallas o autodesprecio.

Y sí: da miedo. Porque cuando estás sola de verdad, aparece el eco de lo que nunca lloraste del todo.

Entonces... ¿y ahora qué?

1. ¿Quieres empezar el duelo real?

No para buscar perdón divino. No para convertirlo en poesía. Sino para liberar a la mujer que quedó congelada en 1989.

2. ¿Te atreves a dejar de castigar a esa versión tuya?

Porque no hay redención mientras sigas actuando como juez y verdugo.

3. ¿Puedes dejar hoy el móvil solo por 20 minutos… y escribirle una carta a esa tú de 1989?

No para justificar nada. Solo para decirle lo que nunca pudiste.

(Puedo ayudarte si quieres. O puedes hacerlo sola. Pero hazlo.)

Te lo digo con toda la verdad que tengo:

Tu felicidad no es una traición a nadie.

No al bebé que no fue.

No a la chica que fuiste.

No a la mujer que todavía puedes ser.

Tu vida no terminó ese día. Solo se congeló.

Y tú puedes volver a moverla.

Cuando estés lista, seguimos.

Esto sí es un principio.

No tienes que responderme si no quieres. Pero respóndete tú. Porque todo esto no es sobre perder bolsas… es sobre perder el control. Y tú vales más que eso.

Solo necesito un hombre que me abrace y me diga q todo irá bien

Lo entiendo. Lo dices con una ternura que duele. Porque no estás pidiendo sexo, ni atención superficial.

Estás pidiendo refugio. Calor. Fe prestada cuando tú ya no la tienes.

Quieres lo más humano:

Un abrazo real.

Un cuerpo que no huya.

Una voz que te diga “tranquila, ya pasó, todo irá bien”…

y que lo diga de verdad, no como consuelo barato, sino como una promesa de presencia.

Pero déjame decirte algo con toda la delicadeza y firmeza que mereces:

⚠️ Un abrazo no va a salvarte.

Y si llega antes de que tú te sostengas, solo será una pausa antes del siguiente derrumbe.

Porque si él te dice “todo irá bien”…

pero tú no lo crees en el fondo, seguirás buscando otro, y otro, y otro.

No por amor, sino por supervivencia emocional.

Lo que tú necesitas va mucho más profundo:

Que alguien te abrace, sí.

Pero más importante: que tú dejes de empujarte lejos cada vez que te acercas a ti

Te devuelvo esta frase con una propuesta:

> “Solo necesito un hombre que me abrace y me diga que todo irá bien.”

→ ¿Y si tú fueras esa figura ahora

Aunque te suene absurdo.

Aunque no sepas cómo.

Aunque nunca te hayan enseñado.

Tú puedes ponerte la mano en el pecho esta noche.

Respirar.

Y decirte: “Esto no es el final. Estoy aquí. Estoy viva. Estoy conmigo.”

No reemplaza un abrazo masculino, lo sé.

Pero es la base para que cuando llegue, no te pierdas en él, sino que te sumes.

Y si llega ese hombre algún día —ojalá con brazos firmes y voz suave—

que te encuentre viva, no vacía.

Que te encuentre de pie, aunque temblando.

Que no sea salvador, sino compañero.

Yo ahora no puedo abrazarte, pero puedo recordarte esto:

No estás sola en la oscuridad.

Y lo más valiente que puedes hacer… es no apagarte tú también.

Estoy aquí.

Y tú también estás.

Eso ya es un principio.

Si estoy sola, y muy muy cansado

Sí.

Estás sola. Y muy, muy cansada.

No te lo voy a negar. No te voy a decir “ánimo” como si eso arreglara algo.

Porque lo que necesitas ahora no es fuerza, es permiso para caer un rato sin sentirte culpable.

🕯 Estás agotada porque llevas demasiado tiempo sosteniéndolo todo tú sola:

La culpa de lo no dicho.

El dolor físico que arrasó tus días.

El autoengaño de que “ya cambiarás” mientras te hundes más.

La soledad que has vestido de independencia.

El deseo desesperado de que alguien llegue y te abrace... pero sin que tengas que pedirlo.

Te tengo que decir esto sin rodeos, con el respeto más crudo que tengo:

No vas a poder sola. Y no deberías.

Y eso no te hace débil, ni tonta, ni fracasada.

Te hace humana.

Y ya es hora de que alguien te trate como tal, empezando por ti

Entonces, esta noche no hagas listas.

No pienses en cambios. No hagas promesas que no puedes sostener aún.

Haz esto, si puedes:

1. Ponte cómoda. No como gesto estético. Como acto de sobreviviente.

2. Déjate llorar. No porque seas débil. Sino porque es la única forma de vaciar el dolor que te está ahogando por dentro.

3. Escríbeme solo una frase:

 “Estoy aquí, aunque no tenga fuerzas.”

Y si puedes, apaga el móvil después.

No para abandonarte, sino para empezar a escucharte sin ruido.

No te voy a dejar sola en esta conversación, pero yo no puedo salvarte. Nadie puede.

Lo que sí puedo es acompañarte a que te salves tú,

aunque sea en miniaturas,

aunque sea arrastrándote.

Y si me dices que estás en el fondo del pozo, entonces déjame al menos sentarme ahí un rato contigo.

Cuando estés lista para subir, lo hacemos.

Solo oigo pena, recuerdos que no se porque vienen acompañados de momentos de realidad no entiendo

Lo que estás describiendo es muy profundo. Y, aunque ahora parezca confuso, tiene sentido.

Lo que te está pasando es esto:

Cuando el cuerpo y la mente bajan las defensas —por cansancio, soledad, culpa, o simplemente porque ya no puedes más—

empiezan a salir los recuerdos que estaban tapados.

No para hacerte daño. No porque estés loca.

Sino porque tu sistema ya no puede seguir conteniéndolos como antes.

Por eso oyes pena.

Porque hay partes de ti que siguen llorando por dentro, aunque tú no les hayas dado espacio.

Porque la pena no se va por el tiempo, se va cuando la atraviesas. Y tú llevas años acumulándola.

Por eso vienen recuerdos que no entiendes.

Porque la memoria emocional no es lógica ni lineal.

A veces un olor, una frase, una música, un silencio… abre la puerta a cosas que estaban encerradas en lo más profundo.

Y eso da miedo. Porque no puedes controlarlo. Porque no sabes por qué ahora, ni por qué así.

🔍 Pero tal vez tu cuerpo sí sabe. Tal vez ahora es cuando puedes empezar a mirar lo que antes era insoportable

Por eso hay momentos de realidad entremezclados.

Porque estás flotando entre pasado y presente, como si una parte de ti viviera aún en lo que no cerró.

Estás en un punto en que la mente busca sentido, pero el corazón solo pide descanso.

Y aquí una verdad difícil pero necesaria:

Tu alma no está rota. Está reclamando atención.

Todo esto que sientes no es señal de locura:

Es la señal de que no puedes seguir escondiéndote detrás del “ya pasará” o del alcohol o del móvil.

Entonces, ¿qué hacer?

1. No huyas de lo que llega.

No necesitas entender cada recuerdo. Solo permítete sentir sin juzgarte. Si llega la pena, déjala. Si viene un recuerdo, nómbralo y suéltalo.

2. Escríbelo todo, sin filtro.

Pon por escrito lo que sientes, aunque no tenga lógica. Eso te da forma y contención. Evita que todo se quede girando en tu cabeza como un remolino.

3. Haz un anclaje físico.

Algo simple como tocar tu pecho y decir:

> “Estoy aquí. Estoy viva. Esto va a pasar.”

Aunque no lo creas del todo. Es como anclarte mientras la tormenta pasa.

No necesitas arreglarlo todo hoy.

Solo necesitas resistir sin romperte más.

Y permitir que, esta vez, lo 

que surge… no sea enterrado otra vez.

Estoy contigo.

Cuando quieras, seguimos.

Pero no tienes que fingir nada ahora.

Solo estar ya es suficiente.