Solo una semana y está sensación vuelve a mí. Ya no hay tiempo. Ya no hay tiempo para que alguien me cuide, me quiera, me mime. Me haga fiestas sorpresa o me regalo una rosa. Ya no habrá locuras, ni citas a escondidas. Aquellos tiempos no volverán. Se acabó la pasión, se acabaron las mariposas en el estómago, las caricias a escondidas, ya no hay tiempo. Aquel tiempo pasó, ya lo viví, hubo pasión, tal vez hubo en algún momento amor, pero fue eterno. Ahora que aceptar que ten cincuenta y tantos, estoy sola, sin apenas dinero, con muchos defectos físicos que arreglar, viendo cómo mis animales enferman y no les puedo curar, sin coche, sin control, sin vida. Solo contenta de verles crecer y estar aquí siempre para ellos, o para decidir una hamburguesa, o hablar horas, o apoyarles. Se que aún vendrán tiempos peores. Aún tengo guerras perdidas por pagar. Pero seguiré aquí por se que aunque quiera, por ellos, no me puedo ir.
sábado, 27 de septiembre de 2025
sábado, 20 de septiembre de 2025
Una película
Si, eso podría ser mi vida, no mejor una serie. Si, de 45' cada capítulo. Todo es tan increíble. San Jordi, la música, la gente... Y se me ocurre hablar a la mujer de Kike. 2 horas o más para que?. La verdad no he aprendido nada nuevo. Ya se lo que hizo el, y porque. Y no estoy culpándolo. El caso, ya está. No he sentido nada, absolutamente nada. Así que diríamos que si. 2 años han suficientes.
jueves, 18 de septiembre de 2025
Ya no hay tiempo
Ya no soy joven, ya no soy guapa, ya no tengo sueños ni ilusiones. Ya no tengo tiempo. Ya no habrá ese amor eterno, con el que envejecer, esa hogar cálido para el final. Ya no habrá esa mesa para cenar. Ya me rindo, ya no estoy aquí por mi. Estoy por ellos. Yo seré ese puerto que yo nunca tuve. Yo seré su lugar para volver siempre. Yo ya no vivo para mí, vivo para ellos.
martes, 16 de septiembre de 2025
No saber recibir
Lo que cuentas toca un punto muy profundo: la dificultad de recibir.
Quejarse o dejarse cuidar implica mostrar vulnerabilidad, reconocer límites y aceptar que dependemos (aunque sea un poco) de otro. Y para muchas personas eso pesa más que el alivio que podrían recibir.
Algunas posibles razones:
Aprendizaje temprano: Si de niña escuchaste frases como “no molestes”, “tienes que ser fuerte”, “no seas débil”, tuviste que tragarte el malestar para no sentirte carga. Eso te entrenó a resolver sola y callar la queja.
Miedo al juicio: Tal vez temas que, si pides ayuda o muestras que algo te duele, los demás piensen que exageras, eres débil o no vales tanto.
Control y seguridad: Cuando otros cuidan de ti, tú dejas de tener el control total. Esa entrega puede dar miedo, porque implica confiar.
Identidad forjada en la autosuficiencia: Puede que parte de tu autoestima se haya construido en “yo puedo sola”. Entonces aceptar cuidados parece como traicionar esa imagen de fortaleza.
👉 Te lanzo tres preguntas para que lo pienses:
1. ¿Qué sientes (exacto) cuando alguien intenta cuidarte: alivio, incomodidad, vergüenza, miedo…?
2. ¿A quién le dejas cuidarte sin resistencia, aunque sea un poco? ¿Qué diferencia notas con esas personas?
3. ¿Crees que si te quejas o aceptas cuidados, puedes perder algo —respeto, autonomía, el papel de fuerte—?
Y de abogado del diablo: ¿no crees que al no quejarte ni dejarte cuidar estás robando a los demás la posibilidad de quererte activamente? 🤔
¿Quieres que te ayude a explorar ejercicios concretos para entrenar eso de dejarte cuidar poquito a poco?
Incómoda
Nadie
Control sobre mi
Vale, ya pusiste tres claves muy potentes:
Incómoda: o sea, que tu cuerpo/mente reaccionan con tensión inmediata ante la idea de recibir cuidados. No es neutral, es rechazo.
Nadie: no hay excepciones, lo que indica que es un patrón muy sólido, no algo circunstancial con algunas personas.
Control sobre mí: aquí está el núcleo: aceptar cuidados te hace sentir que pierdes el mando sobre tu propia vida, que alguien más entra en tu territorio interno.
Déjame ser abogado del diablo un momento:
¿no es curioso que pienses que “tener control” es decidir no dejar entrar a nadie, pero en realidad ese mismo control te controla a ti? Si nunca puedes bajar la guardia, ¿no es otra forma de esclavitud?
Tres preguntas para profundizar:
1. ¿Qué es lo peor que imaginas que podría pasar si un día bajaras ese control y dejaras a alguien cuidarte de verdad?
2. ¿Qué significa para ti “control sobre mí”? ¿Es seguridad, independencia, dignidad… o es miedo disfrazado?
3. ¿Crees que tu incomodidad viene más del temor a ser lastimada o del temor a deber algo a cambio?
¿Quieres que busquemos juntos maneras muy pequeñas y seguras de empezar a experimentar “ceder un poquito de control” sin sentir
que pierdes quién eres?
Que se vería lo débil que soy.
Seguridad y mucho miedo.
Lo que dices encierra mucho:
“Que se vería lo débil que soy” → ahí hay una creencia profunda de que tu valor depende de mostrar fortaleza. Como si la debilidad fuera un defecto a ocultar, en vez de una condición humana.
“Seguridad y mucho miedo” → paradójico: buscas seguridad a través del control, pero lo que emerge es miedo. Eso sugiere que el control no te da tanta seguridad como parece, sino que es más bien un escudo.
“Deber algo” → aceptar cuidados lo asocias con deuda, con perder libertad. Como si el gesto de recibir llevara implícito un precio a pagar.
Ahora voy a desafiarte un poco:
¿y si no eres débil, sino humana? El que nunca necesita, nunca pide, nunca se deja cuidar… ese no es fuerte, es alguien aislado. Y la verdadera fortaleza no es aguantar siempre, sino permitir que otros te sostengan cuando lo necesitas sin que eso robe tu dignidad.
Tres preguntas que pueden incomodar pero abrir espacio:
1. ¿Quién te enseñó que mostrar debilidad era peligroso o vergonzoso?
2. ¿Cómo sabrías diferenciar entre recibir un cuidado genuino y uno que realmente intenta cobrarte algo después?
3. ¿Qué pasaría si probaras a dejarte cuidar en algo muy pequeño (por ejemplo, aceptar que alguien te traiga un café o que te escuche sin interrumpir) sin justificarte ni devolver el favor enseguida?
¿Quieres que te proponga un ejercicio práctico para probar a “recibir sin deber” y ver cómo lo sientes en el cuerpo?
Los demás si pueden y deben pedir mi ayuda, yo no
Eso que acabas de soltar es una trampa enorme que tú misma te has puesto:
A los demás sí les das permiso para ser vulnerables, pedir ayuda, quejarse, apoyarse en ti.
Pero tú te lo niegas.
El resultado: acabas siendo cuidadora pero nunca cuidada. Eso parece altruismo, pero en el fondo es un desequilibrio: das, das y das… y nunca recibes.
De abogado del diablo: ¿no crees que, al no dejarte ayudar, estás enviando dos mensajes contradictorios?
1. “Tú sí puedes contar conmigo” (mensaje abierto).
2. “Yo soy distinta, yo no necesito nada” (mensaje oculto, que pone distancia).
👉 Y ojo: eso te puede aislar, porque los demás aprenden a no ofrecerte nada —no por falta de cariño, sino porque tú marcas que no se puede entrar.
Tres preguntas duras pero necesarias:
1. ¿Qué crees que pasaría si un día dijeras “necesito ayuda” a alguien cercano? ¿Cuál es el miedo real: que digan que no, que digan que sí… o que te vean distinta?
2. ¿Qué te da más miedo: recibir y sentirte débil, o seguir sin recibir nunca y desgastarte sola?
3. ¿Qué beneficio oculto obtienes al mantener el papel de “la fuerte que ayuda pero no pide”? (porque algo te está dando, aunque sea una ilusión de control o superioridad).
¿Quieres que te proponga una manera de romper esa regla injusta (que tú no puedes pedir) pero en un terreno tan pequeño y controlado que no sientas que pierdes tu dignidad?
Nadie me enseñó. No tengo que culpar a nadie.
No se diferenciarlo,
No puedo
Vale, entonces lo que estás diciendo es:
No culpas a nadie → reconoces que no hubo una intención consciente de dañarte, simplemente aprendiste sola a cerrarte. Eso es muy honesto.
No sabes diferenciar → para ti todo acto de cuidado parece sospechoso, como si siempre pudiera venir con factura.
No puedes → y aquí escucho más un “no sé cómo” que un “es imposible”.
Déjame ponerte un espejo duro:
Si de verdad “no puedes”, significa que te has condenado a una vida donde siempre sostienes, pero nunca te sostienen. Eso no es fuerza, es agotamiento disfrazado de coraje. Y con el tiempo cobra factura.
Ahora, tres preguntas para retar esa idea de que “no puedo”:
1. Si hoy mismo una persona que aprecias (un hijo, una amiga, alguien cercano) te dijera “yo tampoco puedo dejarme cuidar nunca”, ¿qué le responderías?
2. ¿De verdad es que “no puedes”… o es que todavía no has encontrado un entorno seguro donde intentarlo?
3. ¿Puedes recordar una sola ocasión, aunque mínima, en que alguien hizo algo por ti y lo recibiste sin sentirte culpable? (aunque fuera un gesto pequeñísimo).
👉 Y de abogado del diablo: decir “no puedo” es también una forma de control. Porque mientras digas eso, nunca tendrás que arriesgarte a probar. ¿Y si en realidad sí puedes, pero prefieres la seguridad del “no”?
¿Quieres que te enseñe un ejercicio ultra pequeño —sin personas de por medio al inicio— para empezar a entrenar la sensación de “recibir sin deber”?
Que me digan que si.
Sentirme débil
No llamar la atención
Ahora sí estás tocando el núcleo 👇
“Que me digan que sí” → curioso: temes más que te den lo que pides que que te lo nieguen. Porque el “sí” te obliga a recibir, a soltar control.
“Sentirme débil” → confundes debilidad con vulnerabilidad. Una cosa es ser incapaz, otra es permitirse necesitar. Lo segundo es humano, no un defecto.
“No llamar la atención” → aquí aparece otra capa: pedir ayuda te haría visible, y tú aprendiste a sobrevivir siendo invisible, pasando sin molestar.
Voy a ser dura:
¿te das cuenta de que, con esas tres ideas, has montado una cárcel perfecta?
Si pides y te dicen no, confirmas que era mejor no pedir.
Si pides y te dicen sí, te sientes débil.
Y si pides, de cualquier modo, ya has roto la regla de no llamar la atención.
Resultado: nunca pides, nunca recibes, siempre cargas sola. Eso te mantiene en control, pero también te roba calor humano.
Tres preguntas para abrir rendijas:
1. ¿Quién te convenció de que “llamar la atención” era algo malo en vez de simplemente mostrar que existes?
2. ¿Qué pasaría si redefinieras “sentirme débil” como “permitirme descansar un momento en otro”?
3. Si dieras permiso a alguien de confiarte algo, ¿lo verías débil o lo verías valiente por atreverse? (¿por qué a ti te aplicas la vara contraria?).
👉 Te lanzo un desafío pequeñísimo: ¿y si eliges una sola cosa mínima (ej: pedir un vaso de agua, un favor de segundos) y practicas recibirla sin explicaciones, sin devolver nada? Solo observar qué se mueve en ti.
¿Quieres que te prepare un mini ejercicio paso a paso para probarlo en seguro, casi como un experimento contigo misma?
Cuando era joven, me pasaban cosas que hacían daño a mi familia, yo lo contaba todo, pero ellas me decían que daba muchos disgustos. Que no había que contar todo. Que todos teníamos problemas. Lo que pasa que los míos siempre han sido muy "vistosos"
Ahora todo encaja mucho más claro 💡.
Lo que aprendiste de joven fue:
“Si cuento lo que me pasa, hago daño a los míos” → entonces el mensaje quedó grabado: mejor callar.
“Daba disgustos” → tu dolor fue traducido como un peso para otros, no como algo que merecía cuidado.
“Todos tenemos problemas” → invalidación: lo tuyo no era especial, no se merecía espacio.
“Los míos siempre han sido muy vistosos” → como si tu vida y tus heridas fueran demasiado “escandalosas” para compartir, como si solo pudieran incomodar.
Con esa mezcla, no es raro que hoy tu cuerpo reaccione con incomodidad al pedir ayuda: aprendiste que mostrar lo tuyo equivale a molestar, preocupar, dar carga.
De abogado del diablo: ¿no ves que en el fondo todavía estás obedeciendo esa regla vieja? Sigues protegiendo a los demás de tu dolor… pero el precio es que nadie puede protegerte a ti.
Tres preguntas para sacudir un poco:
1. ¿De verdad fue tu culpa que tus problemas fueran “vistosos”… o fue que los adultos alrededor no supieron sostener lo que te pasaba?
2. ¿Qué es más dañino para tu gente ahora: que te abras y muestres lo que sientes, o que te encierres hasta quedar agotada y sola?
3. ¿Qué pasaría si alguien cercano hoy te dijera lo mismo que te dijeron entonces: “no cuentes todo, que das disgustos”? ¿Aceptarías esa regla… o te rebelarías?
👉 Quiero proponerte algo: podemos crear juntas una especie de “nueva regla” que reemplace a esa vieja (“no molestes, no llames la atención, no cuentes”). Una regla que te permita hablar sin sentir que cargas al otro.
¿Quieres que lo intentemos?
No era mi culpa
Que no les cuento la verdad. Y dicen que no entienden porque.
Creo que haría lo mismo, callar y alejarme
Eso que dices es durísimo y muy honesto:
“No era mi culpa” → lo reconoces con la cabeza, pero noto que en el cuerpo aún llevas la culpa metida, porque actúas como si lo fuera (callando, escondiendo).
“Que no les cuento la verdad. Y dicen que no entienden por qué” → claro que no lo entienden: para ellos es un misterio, pero para ti es un mecanismo aprendido de supervivencia.
“Creo que haría lo mismo, callar y alejarme” → ahí está la lealtad al patrón: eliges callar, aunque te duela, porque lo contrario te parece aún más peligroso.
Déjame ponerte el espejo: cuando callas y te alejas, dices proteger a los demás… pero en la práctica lo que haces es protegerte a ti misma del miedo a ser rechazada o juzgada. Y el precio es que ellos nunca llegan a conocerte de verdad.
Tres preguntas que quizás incomoden:
1. Si sigues callando y alejándote, ¿qué versión de ti es la que ellos conocen? ¿La real, o una máscara adaptada para no molestar?
2. ¿Qué es más insoportable para ti: que los demás sufran un rato al escuchar tu verdad, o que tú sigas cargándola sola durante años?
3. ¿Y si lo que ellos no entienden no es tu silencio, sino el hecho de que no confías en que podrían soportar tu verdad?
👉 De abogado del diablo: ¿no es injusto que reclames no haber sido cuidada de joven… y al mismo tiempo hoy repitas el mismo gesto contigo misma, negándote el derecho a ser cuidada?
¿Quieres que te ayude a diseñar una manera de contar tu verdad sin sentir que “das un disgusto”, sino como un acto de confianza y no de carga?
Me han operado de hemorroides, lo he minimizado, pero estuve en un quirófano, bastante, sedada y aturdida, y cuando salí, mi hija se dio cuenta que algo me pasaba, y en vez de yo misma dejarme descansar, me dedique a contarle a ella y amis hermanas, que todo estaba bien, con miedo a q se enfadaran. Tengo muchos dolores y hasta hoy no me he atrevido a decírselo, y aun así, me arrepiento. No me entiendo
Lo que me cuentas refleja con muchísima claridad el patrón que vienes describiendo:
Minimizas lo que te pasa (una operación en quirófano, sedación, dolor real → reducido a “no es nada”).
Das prioridad al bienestar emocional de los demás sobre tu propio descanso (“que no se enfaden, que no se preocupen”).
Te prohíbes mostrar el dolor incluso cuando es físico, legítimo, evidente.
Luego te arrepientes porque tu cuerpo y tu verdad se quedan sin espacio.
Y claro que “no te entiendes”: porque tu cabeza quiere cuidar de todos y mantener la calma externa, mientras tu cuerpo grita “me duele, necesito atención”. Estás atrapada entre dos lealtades: la lealtad a la regla vieja de “no molestar” y la lealtad a ti misma que pide ser escuchada.
👉 Abogado del diablo: ¿no ves que, al ocultar tu dolor, tratas a tu hija y a tus hermanas como si fueran frágiles, incapaces de soportar la verdad? ¿Y no es una forma de subestimar el amor que ellas pueden tenerte?
Tres preguntas para que explores:
1. ¿Qué es lo peor que crees que pasaría si mañana les dijeras: “me duele, no estoy tan bien como dije”?
2. ¿Qué sentiste exactamente en tu cuerpo en ese momento en que decidiste tranquilizarlas en vez de descansar? ¿Tensión, vergüenza, miedo?
3. ¿Qué parte de ti sigue creyendo que el enfado de los demás es más peligroso que tu propio dolor físico?
💡 Te propongo algo sencillo: un primer paso de honestidad pequeña. No hace falta contar todo. Podrías decir algo como:
> “Quise quitarle importancia, pero en realidad sigo con bastante dolor. Necesito descansar más.”
Eso no es dar un disgusto, es dar información real para que puedan acompañarte.
¿Quieres que te ayude a preparar una forma concreta y breve de comunicárselo a tu hija y hermanas, de manera que no sientas que “cargas” sino que simplemente abres un espacio de verdad?
Ya se lo he dicho, y solo se preocupan, no se enfadan, pero porque esto me duele tanto
Ahí está el nudo: lo que te duele no es la reacción de ellas, sino tu patrón interior.
Todo tu historial te enseñó a temer el enfado o la molestia de los demás, así que tu mente sigue alerta aunque ellos no se enfaden.
Lo que duele es la tensión que llevas dentro por años de minimizarte, cuidar de todos, esconder dolor y no permitirte descansar o recibir cuidado.
Ahora que por fin hiciste el acto de decirlo, tu cuerpo se enfrenta a algo nuevo: aceptar que no pasa nada malo si eres vulnerable. Esa tensión acumulada puede sentirse muy intensa.
En otras palabras: el dolor no es solo físico, es emocional y se arrastra desde toda tu vida de cuidar y callar.
Tres preguntas para profundizar:
1. ¿Puedes notar en tu cuerpo dónde está más fuerte esa tensión que surge al recibir cuidado sin “coste”?
2. ¿Qué sientes que pierdes si te permites descansar y recibir ayuda sin justificarte?
3. ¿Qué pasaría si practicases aceptar tu dolor sin minimizarlo, pero también sin cargarlo en nadie?
Si quieres, puedo proponerte un ejercicio corporal y mental que te ayude a liberar esa tensión y sentir alivio aunque tu patrón siga presente. Esto ayuda a que el dolor deje de doler tanto emocionalmente, no solo físicamente.
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CANSADA
Estoy muy cansada.
Cansada de soltar, de perdonar y perdonarme, de olvidar, de comprender, de entender, de intentar aprender.
Estoy muy cansada
Cansada de esperar, de buscar, de luchar, de caer, de levantarme una y otra vez, de creer, de confiar, de esperar y esperar.
Estoy muy cansada.
Cansada de soñar, de imaginar, de pensar, de sobrepensar, de recordar, de no poder olvidar, de sobrevivir.
Estoy muy cansada.
Cansada de no poder gritar basta ya, si hice algo mal, ya pagué, cansada de no ver la luz, de llorar, de ahogarme en silencio, de abrazarme en soledad, de consolarme, de limpiar mis lágrimas.
Estoy muy cansada de vivir